“¡Impresionante y hermoso!” Son las palabras que se escapan de los labios al contemplar la maravilla que es Zafra, un encantador pueblo en la provincia de Badajoz que ha conquistado un lugar en el podio de los pueblos más bellos de España. Este elogio no es en vano, sino que es una manifestación del encanto que emana de cada rincón de este lugar mágico.
La selección de los 100 pueblos más hermosos de España, realizada bajo los criterios editoriales de los expertos de Viajes National Geographic, ha situado a Zafra en un lugar destacado. Entre las veinte localidades más representativas de la belleza rural del país, este pueblo se alza como una joya que brilla con esplendor.
Zafra, cariñosamente apodada “Sevilla la Chica” debido a su fisionomía repleta de patios, conventos, fachadas coloridas y suelos empedrados, nos transporta a una era en la que el tiempo parecía fluir de manera más pausada. La arquitectura urbana, marcada por callejuelas que retienen la herencia árabe y una paleta omnipresente de blanco, evoca una sensación de autenticidad y nostalgia.
En el corazón del casco histórico, cerca de la plaza Grande, se erige majestuosamente el Palacio de los Duques de Feria, que en la actualidad acoge al Parador de Turismo. Un testigo silencioso de la historia y el esplendor del pasado de Zafra. En contraste, el Convento de Santa Clara se alza frente al palacio, su interior alberga un museo que ofrece una visión íntima de la vida en el convento y la rica historia de su fundación.
Las plazas Chica y Grande actúan como puntos neurálgicos donde la historia y la arquitectura se entrelazan. El Hospital de Santiago, la primera residencia señorial de Zafra, muestra la Salutación del Arcángel Gabriel en su hornacina, una muestra de la rica devoción de la época. Muy cerca, la Colegiata de La Candelaria alberga tesoros artísticos del pintor del Siglo de Oro, Francisco de Zurbarán, como su asombroso retablo mayor.
No podemos olvidar que Zafra fue una ciudad amurallada, donde decenas de puertas marcaban la entrada y salida de la vida cotidiana. La puerta de Badajoz y la de Jerez son testigos silenciosos de la historia que se desplegaba en cada rincón.
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